jueves, 2 de febrero de 2012

El esperado parto de Lana del Rey

“Mamá, quiero ser artista” Y por supuesto, un progenitor nunca se resistirá a los deseos de su pequeño. En este caso, Elizabeth Grant contaba con el significante punto a favor de que su padre era el dueño del mayor imperio de dominios en Internet, Rob Grant, lo que se tradujo en montones de dinero para hacer realidad el sueño de la niña.

Un cuidadoso estudio para escoger el nombre apropiado, al parecer el hijo no reconocido tras una noche de drogas y sexo entre la legendaria Lana Turner y un motor Ford (del Rey); una estudiada promoción “gota a gota” en redes sociales, al estilo del artista más indie de Brooklyn (pero ella se crió en Connecticut, no vayamos a confundirla con la plebe) y un milimetrado estilismo que sugiere más de una operación estética (pero ahí no entraremos que aún no se ha demostrado que la silicona afecte a su vocalización, ¿o sí?) han bastado para convertir a la niña en la estrella del momento, ocupando portadas de revistas internacionales incluso antes de sacar su primer disco. Pero, ¿hay algo de talento tras tanta postproducción? Juzguen ustedes mismos su primera actuación en directo en el célebre programa de humor Saturday Night Life:


Estrella o estrellada, está claro que Lana dará que hablar. Su primer videoclip, una producción low-fi que promocionaba el single Video Games junto a un piano en continua sobreexposición, revolucionó la red meses atrás y puso a todo el mundo en sobre aviso de lo que se prometía como la femme fatale de la música alternativa. “La Nancy Sinatra gángster”, se definió ella misma al periódico británico The Guardian en una entrevista. Sinceramente, Nancy Sinatra era mucho más modesta.

¿Es una artista o un producto? Queda claro que todo en su vida ha sido medido y prefabricado para venderla fácil y rápidamente, pero hay que reconocer que el disco, Born to die, es una joya tallada con maestría. Sin abandonar ni un solo momento esos ritmos lentos que nos recuerdan su caída de pestañas narcolépsica y su pose patizamba en el directo, hay que premiar a los productores por haber manipulado su voz hasta hacerla encajar perfectamente en unos temas compuestos con amor e inteligencia a partes iguales.

La artista (o mejor, su equipo) no se ha quedado en el pop lento hijastro de Adele y otras lloronas que mostró en sus dos sencillos, y ha sabido beber sorprendentemente de un estilo más Kanye West en Off the races o de la pausada y experimental electrónica europea en Dark Paradise o Lolita. Aunque la favorita del público parece ser National Anthem, la singular adaptación del dubstep al medio-tiempo que se observa en Summertime Sadness sólo se había visto hasta ahora en grupos muy personales como The XX o James Blake, mucho más digerible aquí, eso sí. Si su objetivo es el público mainstream, desde luego la apuesta es más arriesgada que Björk en el Viña Rock.

En conclusión: ¿merece la pena el álbum? Definitivamente SÍ. ¿Merece la pena ella? Tendrá que ganárselo. Al resto de su equipo, una sincera enhorabuena.