domingo, 18 de marzo de 2012

Melancholia, existencialismo para el siglo XXI

Muchos lo criticarán y no seré yo quien les quite la razón y el derecho, pero sí quien salga en su defensa. Lars von Trier, por mucho que ahora se haya puesto de moda llamarlo nazi y criticarlo por sus poco acertadas declaraciones, ha removido muchas más consciencias y abierto mentes con su cine que algunos premios Nobel de la Paz.

Todos los genios se contradicen, y supongo que por ello Dogville (2003) hace mucha más critica social izquierdista, más profunda y acertada, en 170 minutos que toda la prensa progre española en treinta años. Si aún no la habéis visto, buscadle un hueco alguna noche. Y por mucho que le juzguen de misógino, desde la insoslayable Selma (Dancer in the Dark, 2000) hasta la indigerible protagonista de Antichrist (2009), todas las estrellas de von Trier me parecen mujeres autosuficientes, fuertes y más que admirables.

Pero ahora toca hablar de Melancholia, para mí la mejor película del ya acabado 2011. Melancholia no nos engaña, no es Hollywood y no, no hay héroes que salvan la película en los últimos veinte minutos para que salgamos del cine con una sonrisa. Melancholia te hará salir del cine con el estómago revuelto, y eso es algo que sólo hacen los films que de verdad tratan al ser humano. La película niega la creencia social en que el progreso y la ciencia nos salvarán de cualquier catástrofe, niega nuestra superioridad y, se podría decir, niega hasta la existencia de la felicidad. Al fin y al cabo, ¿qué harías tú si un planeta fuera a estrellarse hoy contra la Tierra?

Trier emula el Ophelia de Millais, poesía cinematográfica.
El argumento
Como en un ensayo de su compatriota Kierkegaard, von Trier nos cuenta el drama interno de dos mujeres opuestas, dos hermanas que viven de espaldas a la otra, en dos partes claramente diferenciadas. En primer lugar, Justine, interpretación cumbre de Kirsten Dunst, una mujer triunfadora y destacable, se da cuenta de su vacío interior en el momento en que consigue todo lo que quería en esta vida, o todo aquello que nos dicen que debemos conseguir. Durante esta primera parte, vemos como una situación familiar idílica va deshaciéndose debido a todos los hilos escondidos que conforman el tejido de la formalidad. Como ya hiciera en Dogville, von Trier deshila dicho tejido y nos enseña la hipocresía, la confrontación de poderes y las ambiciones cumplidas y perdidas de los miembros de la sociedad hasta conducir a Justine a la inapetencia, el hastío y la desolación por mucho que intente buscarse a sí misma ajena a su propio banquete de bodas.


En la segunda parte, Claire, encarnada por Charlotte Gaingsbourg, que repite a pesar de la supuesta dureza de filmar con el danés, demuestra a la mujer correcta. Aquella que cumplió con lo que la sociedad esperaba de ella, se casó y tuvo un hijo, y ahora ha de luchar por mantener todo ello porque lo que la sociedad nunca le predijo, el fin del mundo, se acerca irremediablemente. Su marido, en un intento de controlar su histeria creciente, la consuela con la infalibilidad de las explicaciones científicas. Pero la ciencia se equivoca y Melancolía se sigue acercando a la Tierra. Mientras tanto, Justine sigue ajena a todo, pues ha perdido la inocencia y, con ello, el único acceso a la felicidad, como demuestra al mantener a su sobrino en un falso mundo mágico, pero feliz, hasta el momento de su muerte.

Melancholia e Ingmar Bergman
Una de mis películas favoritas es Persona (1966), y no puedo evitar ver en Melancholia un reflejo de aquello que ya descubrí en el maravilloso film sueco. Las protagonistas y la estructura casi coinciden: una imponente mujer rubia frente a una imponente mujer morena, aunque en este caso los papeles están cambiados. Alma, la rubia, es la mujer que cumple sin cuestionar con todo aquello que se espera de ella, mientras Elisabeth, una famosa actriz, enmudece por propia voluntad harta de las convenciones sociales.

Mientras Justine trastoca la vida de Claire con su actitud, Elisabeth lleva al borde de la locura a Alma con su silencio condescenciente. En ambos casos las trastornadas parecen haber descubierto una realidad oculta al resto, la intranscendencia de la vida, el vacío existencial, mientras sus compañeras enloquecen al buscar todos los modos posibles de negarse a sí mismas esa idea nihilista, existencialista y reduccionista. En las dos películas encontramos también sendas partes diferenciadas: von Trier separa estas partes con una sobreimpresión, mientras Bergman lo hace con un largo y molesto desenfoque de la cámara.

Mientras los primeros minutos de Melancholia son retablos en movimiento, pura belleza cinematográfica y metáfora del resto del film, en Persona nos enfrentamos a unas escenas aparentemente inconexas, precedidas por el encendido del proyector, que sintetizan las ideas básicas del director y nos recuerdan que, al fin y al cabo, la películas es una mentira, es intranscendente como la vida misma y al final volveremos a ver como el proyector se apaga, dejando las ambiciones, sueños y vida de los protagonistas en nimiedad, así como Melancolía vuelve inútiles nuestras vidas al devorar la Tierra.

La moraleja
Las primeras imágenes del film son pura poesía, arte repleto de contenido, el contenido que le falta al resto de la película y que, como tal, hay que suplir con dialéctica. Los diálogos, de hecho, reflejan ideas filosóficas muy profundas, por ambas partes enfrentadas, aunque acabe venciendo el existencialismo de Justine

La película puede entenderse, en realidad, como una metáfora de cómo vive cada uno su vida y como la pérdida de la inocencia conlleva a la destrucción de ésta y cualquier sentido que pueda tener. Así pues, el planeta Melancolía podría ser en realidad Justine, mientras la Tierra es Claire, y así vemos como la inestabilidad de la hermana rubia arruina la vida de la hermana morena, pues la depresión crónica de Justine impide la realización, en todos los sentidos, de Claire, que sueña con una vida de convenciones y correcciones. De este modo, la colisión entre ambas hermanas acaba con la pérdida del marido por parte de ambas, instranscendente para la primera y catastrófico para la segunda, así como con el niño, angustiado por las presiones y vida condicionada de la madre y liberado por la permisividad y el libre albedrío de la tía.

¿Y tú, cómo actuarías si todo acabara mañana?
Concluyendo, vemos una vez más en el cine de von Trier su sociopatía, una firme creencia en que la sociedad pervierte al ser humano. Claire, producto social por excelencia, se niega a creer que el castillo de convenciones que ha construido es falso y puede acabar de la noche a la mañana, mientras que a Justine, que es consciente de la falsedad de todo, el fin del mundo a penas le despierta algún sentimiento. Quien nada espera, nada puede temer.

1 comentario:

Soy todo oidos: