domingo, 4 de noviembre de 2012

"Salí porqué salí", historia de enredos por Jordi Núñez

Y tras meses de cortos y videoclips, llegó el primer largometraje estrenado en una sala de cine por el joven director valenciano Jordi Núñez. Una historia de amores y celos, finales y reinicios, mujeres y cine.


La película, más allá de la representación de una historia sentimental común y universal a todos, es en sí misma una representación del proceso cinematográfico y quizá ello sea lo más llamativo: la protagonista nos narra, apelando directamente al espectador, el inicio de su historia de su propia voz, intercalado por escenas de los cortos de su novio, máxima figura representativa del cine: el director. Aunque no acabaremos de entender que asistimos a la película dentro de la película cuando al final del metraje [contiene spoilers] se nos revele que nuestra protagonista, Ariadna (Parula Rausell, protagonista también del corto La herida de Nina), es la directora de todo aquello que hemos visto.

De este modo, la grabación de una película sobre su propia experiencia se convierte para Ariadna en la catarsis mediante la que supera lo vivido. Un modo amable y suave de explicar una historia de adulterio y ruptura en la juventud, a tiempo para volver a empezar y quererse a sí misma. Y es que Ariadna es también una chica cargada de complejos y miedos, mayormente debido a lo poco que cree en su carrera como actriz, que consigue superar al convertirse en directora y, de algún modo, ganar a su expareja, Carlos (Diego Navarro) en su propio campo de juego.

Pero la película tiene su contrapunto al drama y la superación en los ricos y entrañables personajes secundarios: la sexodependiente Ainhoa (Andrea Avinent), el desquiciado violador Armando Guerra (Alejandro Montoya), la histriónica amante de Carlos, Marina y la curiosa vecina (interpretadas ambas por una hilarante Irene Benlloch). Las actuaciones superan lo correcto: Avinent y Benlloch se introducen especialmente dentro de sus papeles ofreciendo así el contrapunto a la seriedad de Ariadna con diálogos que rozan el absurdo. Montoya, por otra parte, afronta con éxito la no fácil interpretación de un psicótico.

El guión, aunque simple y sencillo, consigue encajar pequeñas historias paralelas que reflejan la cotidianidad de la historia, su transcurrir intrascendente entre otras tantas, además de concentrar en un sólo objeto, los zapatos rojos de tacón que Carlos regaló a Andrea, todo el contenido de la historia: representan la relación ideal al inicio, la relación destrozada en el nudo, y la relación superada la final; así como el objeto de envidia del resto de personajes femeninos, que los desean, quizá en una metáfora de lo ideal que la vida de Ariadna parece desde el exterior.

Estéticamente hablando, la película recuerda al cine de los 80, la comedia de enredos española y, cómo no, el cine de Almodóvar. Y es que, del mismo modo que el director manchego, Núñez presenta predilección por los personajes femeninos y desequilibrados. Sin duda, un arquetipo que se presta a muchas situaciones distintas y a guiones melodramáticos que siempre ofrecen un correcto balance entre entretenimiento y arte, público o intelecto, el mayor conflicto de todo autor.

Cabe decir que, con los pocos medios de los que dispone y a pesar de varios incidentes, tras tres años de producción el resultado de Núñez es satisfactorio y sorprendente, en la linea semiótica de otros autores de su edad como el archipremiado Xavier Dolan, que demuestran que el mundo en los 90 no se volvió más cómodo sino más complejo, y que ser adolescente en el siglo XXI significa tener más inquietudes, más preparación y, por tanto, más problemas:


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